SER O PARECER


"La felicidad está en la libertad, y la libertad en el coraje" (Pericles)

Al leer frases como la anterior, la mayoría de nosotros asiente con la cabeza dándole la razón al autor para, acto seguido, actuar de forma absolutamente contraria.
En el devenir diario tomamos decisiones o, peor aún, hacemos nuestras las que otros establecen sin apenas pensar en ellas, en la forma en que presuntamente contravienen nuestros parámetros personales, aquellos que creemos que definen nuestra individualidad.

Y es que es mucho más sencillo transitar en el magma social,  diluyéndonos con la masa al seguir la corriente que los años, la tradición o vaya usted a saber que ocultos intereses han marcado a fuego.

A solas con nosotros mismos o incluso en "petit comité" solemos repudiar el comportamiento de la masa ante determinadas situaciones.
Ejemplo de ello es el consumismo exacerbado que está al caer con motivo de las fiestas navideñas, en clara contraposición con el espíritu religioso de las mismas, que sin compartirlo respeto escrupulosamente. A muchas personas adultas, por no hablar de la mayoría les supone un esfuerzo económico y personal el afrontarlas ante la avalancha de comidas, cenas y demás compromisos que suelen generar indigestiones, discusiones y ganas de salir huyendo.
Seamos sinceros, a la enésima vez que alguien te felicita las fiestas te dan ganas de soltarle un guantazo a ritmo de villancico.

Dicho comportamiento "ovejil" lo repetiremos a lo largo del año en bodas, bautizos, cumpleaños y demás eventos a los que nos vemos obligados a asistir, donde, previo pago, volveremos a aguantarnos unos a otros profiriendo las mismas estulticias.

No pretendo con ello ofrecer la idea de ser antisocial y vivir como eremitas. Nada hay más bello que estar con la gente con la que realmente te apetece, sin que tenga que inventarse un festejo para el encuentro. Personas con las que poder hablar sin cortapisas expresando sin reparo ideas propias y escuchando con respeto las ajenas.

Sería bonito atrevernos a promover un cambio social que pusiera por delante los valores del ser y no del tener o parecer. Respetarnos por nuestra ética y no por la estética entendida en su faceta más negativa, como disfraz que oculta la realidad.
Participaríamos entonces de la colectividad desde nuestra ética, ahora sí en el sentido primigenio de la palabra (éthos = carácter), sin escrúpulos a sumergirnos en el magma social, en estado más sereno y por ende, tolerante.  

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