NOSTALGIA DE LO HUMANO


No es posible sentir nostalgia por aquello que jamás nos proporcionó felicidad. La reflexión viene a cuento al imaginar una sociedad heterogénea en la que uno de los parámetros que diferencian a unos individuos de otros sea la capacidad de añorar otra forma de crecer como individuo y de convivir con sus coetáneos.

Sin duda, el hecho tecnológico marca un antes y un después en la historia del ser humano. La relación de éste consigo mismo, con el resto de seres humanos, con otras especies y con el medio en el cual transcurre su existencia se ha visto claramente modificada en función del avance técnico y científico.

Los beneficios de este progreso son indiscutibles para la vida en el planeta; la medicina, la enseñanza, la cultura han alcanzado cotas de superación e interacción como nunca antes.
El lado oscuro de todo ello radica una vez más y tal y como siempre ha sucedido, en el rédito que se pretenda obtener de este desarrollo.

La ética del sistema ya la he cuestionado en anteriores escritos. Impecable en su teoría, siendo lícita y recomendable la generación de un interés devengado del capital invertido en la investigación, troca en abuso e injusticia social el desmedido afán por exprimir dichas mejoras en pro de beneficios desproporcionados.

Rápido, perecedero u obsoleto son adjetivos tan aplicables a la persecución inmediata del resultado como al producto ofertado para conseguir lo anterior.
La consigna ha calado hondo en la permeable vaina que nos circunscribe como sociedad y, lo que es peor, contamina el parecer propio recabando una tolerancia envuelta en cómoda ignorancia hacia comportamientos de manifiesta iniquidad.

El envilecimiento del progreso afecta de este modo a todos los segmentos de edad, desde la madurez del adulto a la más tierna niñez, generando necesidades que no por incoherentes impiden que se destruya la valiosa inocencia de los niños.
Los bebes y chiquillos son entretenidos y por ende controlados con dispositivos varios que los mantienen pegados a una pantalla y a una ficción que sustituye la realidad que deberían experimentar.

Hemos construido una sociedad donde los niños no juegan en las calles, no se ensucian, no trepan a un árbol ni se despellejan las rodilla en el parque; una sociedad donde la música se crea en estudios donde ponen la voz que más conviene a las caras que interesa vender; una sociedad donde "escribe" libros quien menos lee y expone cuadros cualquier pintamonas con padrino; una sociedad donde las personas se realizan observando supuestas vidas ajenas de sujetos encerrados en casas desde donde son permanentemente televisados.

Una sociedad capaz de superar velocidades y límites más allá de fantásticas especulaciones pero casi negada ya para ayudarnos entre nosotros; de entender el sufrimiento de cada persona y ponernos en su piel sin escondernos tras un muro alzado con millones de manos extendidas, de miradas implorantes y gestos desesperados, perdido todo ello en el vórtice de la amalgama común en que cabe todo, donde vertimos cuanto de humano nos queda para no sufrir, no pensar, no empatizar más allá de una pantalla.

Reitero pues que la bondad del progreso científico y tecnológico no admite objeción por cuanto es incuestionable, pero sí hemos de reflexionar sobre la capacidad comunitaria para asimilarlo y hacer de ello un uso que no de lugar al abuso o a la desidia en el trato humano.

No es eterna la juventud por mas que de ella hagan estandarte quienes comercian con la idea de la inmediatez, la moda, la futilidad de cuanto nos rodea y hacen controversia de los principios que lo recriminan. Lo cierto es que, escondidos o no, rechazada su experiencia o disfrazados con la patética máscara de intentar parecer lo que ya no se es, sería bonito que los niños y jóvenes de hoy cuando lleguen a viejos tuvieran una infancia que añorar, pero una de veras, con calles pateadas, manos manchadas, cajas que fueron trenes o castillos y escobas como espadas, con tardes de pan y chocolate, y abrazos y regañinas, con tacto y no solo contacto virtual.


"Hombre soy, nada humano me es ajeno" Publio Terencio Africano ("El enemigo de si mismo" - 165 A.C.)

"El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y que se oye, el hermano, el verdadero hermano [...]Este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos" Miguel de Unamuno ("Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos" - 1.912)

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