LA LUZ DE LA NAVIDAD

Abrió los ojos despacio, sin ganas, casi con tristeza por abandonar el sueño, un remanso para su mente agitada, inconsciente de la realidad que no era tal. Poco a poco miró en derredor reconociendo el entorno que era el suyo desde hacía...¿cuánto?; esforzándose, aún podía situar el momento en que sus pies pisaron por última vez el que hasta ese instante había sido su hogar, para empezar una travesía cuyo final ignorado le esperanzaba o descorazonaba a merced de sus pensamientos.

Fijó la mirada en el firmamento. Los astros relucían en el oscuro tapete nocturno como diamantes desplegados en terciopelo añil.
 Un quejido le hizo volver la cabeza hacia atrás. La cara de la mujer mostraba un rictus de dolor, de cansancio, y su mirada dejaba entrever una profunda resignación. Arrebujada en un grueso manto, su abultado vientre anunciaba un pronto alumbramiento. Los ojos de ambos se encontraron y él intentó transmitirle un poco de ánimo; lo que tuviera que suceder quedaba ya en otras manos.

Volvió a mirar hacia delante; circundado por el velo nocturno distinguió un brillo inusual, una estrella cuya luminosidad dibujaba un trazo a seguir, a modo de espejo en el agua.
Se adivinaba baja, casi rozando la línea del horizonte; una invitación a dejarse llevar, a recogerse en su calor, a atreverse a pensar que sí, que lo lograrían, que hallarían un sitio, un hogar donde serían uno más, tal vez muchos más.

Un nuevo lamento lo sacó de su abstracción.La mujer sufría, luchando por no temer, por no quedar atrapada en el pánico ya no de perder nada, sino a dar a luz a una vida que ni siquiera podría alimentar.
La luz parecía acercarse, engrandecerse, hasta que les envolvió iluminando la carencia, la sordidez, el desamparo que reflejaban los ojos de todos ellos.
Girándose, cogió la mano de la mujer; estaba helada a la vez que sudorosa. Demasiadas horas, demasiado frío, demasiada hambre.

Recordó. Días atrás, no podían ser más de cuatro o cinco, cuando le dijo que sí, que esa noche por fin podrían partir, alejarse de la miseria, de la guerra y del abuso. Sería duro pero con fe conseguirían que su hijo naciera en un lugar de paz, trayendo consigo esperanza y aliento.

Y ella lo siguió. Cogidos de la mano caminaron bajo el frío de diciembre hasta el punto donde deberían esperar. Luego llegaron las prisas, los gritos, el hacinamiento y la incertidumbre.

Ella había dirigido su mirada al cielo antes de replegarse entre los cuerpos que la rodeaban; fue una plegaria muda por su hijo no nacido aún, por su hombre y por todos los hombres y mujeres que, como ellos, se convertían en parte de una masa donde se diluía su humanidad, donde se perdían los nombres y las historias para conformar una única cadena de sangre, de huesos, de músculos y de piel acumulados a mayor lucro de quienes nunca merecieron llamarse hombres.

Oyó unas voces aunque no entendía lo que decían. La luz era ya un gigantesco halo que barría toda la balsa. Apretó más fuerte la mano de ella. Ahora ya distinguía claramente el barco que estaba situado al lado de la precaria embarcación.

 Gruesas lágrimas calientes surcaban su oscura y fría tez. Miró a la mujer, no sabía que le depararía el mañana mas en aquel momento dio las gracias por seguir vivo, por la confianza y el amor de su compañera, por el cielo cuajado de estrellas que habían acunado su sueño, por la luz que le guiaba, por volver a sentirse humano, por poder poner un nombre a su hijo.

Tiempo después, no sabemos donde, cada veinticinco de diciembre el hombre le relataría a su hijo mayor la emoción que sintió al sostenerlo en sus brazos por primera vez mientras una cara amable le felicitaba y le deseaba una Feliz Navidad.

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