ÚNICOS


Somos aquello que recordamos, de forma consciente o no; somos los momentos que evocamos; somos las imágenes que acuden a nuestra memoria de repente ante un estímulo que nos retrotrae a nuestro pasado.

Un olor, un sabor, las manos al rozar un objeto llegan a ser poderosos vehículos para la nostalgia. Porque tendemos a casi olvidar, a soterrar aquello que nos hace ser; nos imbuimos en nuestra rutina diaria sin dejar apenas resquicios de reflexión; a menudo de forma consciente evitamos recordar pues ya no están las personas que formaban parte del recuerdo.Tal vez nos recorra el cuerpo una suerte de vergüenza al rememorar decisiones que pudieron ser otras invadiéndonos una sensación de ingratitud, apresurándonos entonces a reprocharnos siquiera la idea de anhelar una vivencia que no fue.

Somos duros con nosotros mismos. Olvidamos que la mente es libre y aunque la encorsetemos en cien mil dogmas y tejamos gruesas redes de pretextos y disculpas siempre habrá una grieta por la que se colará nuestra esencia, aquello que nos hace ser quienes somos, distintos y únicos.

Queremos enseñar a los niños, a los jóvenes lo que consideramos correcto. Y está bien, siempre que tengamos presente que será el adorno, la fachada, aquello que mostrarán a la sociedad. El interior, amigos míos, pertenece a uno mismo y se llena de experiencia propia, que no ajena. Una parte de éste, a modo de recibidor, aún tendrá la huella de la fachada como la mano que se apoyó en la  puerta recién pintada y mancha la pared al entrar. El resto se construye y se decora poco a poco con las vivencias de cada uno: felices, amargas, tristes, Ellas son quienes realmente conforman la forma de ser y nos transforman.

Creo que hay que ser permeable y dejarnos mojar por los sentimientos y las sensaciones a modo de lluvia verdadera. Al madurar dejamos atrás la impetuosa acción de la juventud y nos permitimos más tiempo para reflexionar, o al menos deberíamos hacerlo. Conseguir estar en paz con uno mismo, de acuerdo con lo que hemos logrado cimentar; aprender a aceptarnos y amarnos para poder amar y aceptar a todos los demás. Contemplando a veces las situaciones desde un plano elevado, sin dejarnos llevar por la crispación o la intolerancia, admitiendo que no todos piensan como nosotros y siendo suficientemente humildes para seguir aprendiendo y sorprendiéndonos. Comprendiendo que los jóvenes aún tienen la casa desordenada y la habitación revuelta por mucho que hayamos adornado la fachada; teniendo en cuenta que hará falta el transcurso de los años para que su propio aprendizaje y sus experiencias les permitan lograr un interior confortable y ordenado. Ojo! con su propio orden, no el nuestro.

Y tal vez no estaremos ahí para verlo. No importa. Es más valioso el legado de nuestra presencia en sus vidas, las enseñanzas dadas - que no doctrinas -, los abrazos, las canciones compartidas, los viajes, las comidas, los ejemplos impensados porque son auténticos. Todo el tesoro de imágenes y evocaciones que conforman su propio yo y que les hace ser distintos y únicos. 

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