CUANDO LO BUENO ES ETERNO
La tarde se hace larga, parece que se estira y no se acaba, el sol cae inclemente y el atardecer ni se intuye, anhelando un poco de brisa fresca y luz crepuscular. La lasitud nos invade y mover una mano se antoja un movimiento costoso; tan solo apetece mover los ojos contemplando los objetos cotidianos con la mirada nueva de cada verano, imaginando perspectivas y buscando las sombras que nos los hacen percibir de otra manera. Viendo sin ver, imaginando y casi soñando retrocedemos en los recuerdos y dejamos asomar al niño que fuimos alguna vez. Vaciamos la cartera dejándola en un rincón mientras sonreímos exultantes ante un eterno verano de tres meses que se nos ofrece a manos llenas con sus colores, aromas y sueños por realizar. Ya no somos niños pero aún podemos evocar esa felicidad, mezclada con gotas de nostalgia que nos provoca un cosquilleo en el estómago, y volver a degustar un helado de libertad, a calzarnos las sandalias que nos llevarán donde queramos llegar porque aú