¿HASTA CUÁNDO?


Esta mañana mi hijo ha vuelto antes del instituto. Al entrar ha visto a los profesores nerviosos y hablando entre ellos. Ya en clase les han explicado lo que sucedía.
Ayer por la mañana un compañero de un curso inferior, de trece o catorce años, no acudió a clase. El instituto envió un correo a los padres indicando la ausencia. Éstos contestaron rápidamente que su hijo tampoco estaba en casa y llamaron a la policía. Al poco, los agentes encontraron el cuerpo del chico. Se había suicidado tirándose de un séptimo piso. Sufría acoso escolar.

El hecho me ha dejado conmocionada. No es el primer caso que conozco, pero puede que por la cercanía, el estado de animo o lo que sea me ha afectado profundamente.
No puedo dejar de pensar en sus padres y aún siendo afortunadamente incapaz de ponerme en su lugar, comparto su dolor infinito.

Incredulidad, negación, culpabilidad... imagino el colapso de sentimientos que les envuelve intentando comprender que ha pasado y sobretodo porqué.
Yo tampoco lo entiendo. ¿Qué clase de personas son quienes provocan un suceso así?; adolescentes que deciden insultar, vejar, torturar, volver un calvario la vida de su compañero; martirizarle hasta que su mente sea incapaz de seguir sufriendo y decida poner fin, suicidándose. ¿Cómo son capaces?, ¿qué clase de monstruos estamos "educando"?.
Posiblemente nadie del entorno de estos individuos imaginaría algo así. Los ven como a tantos otros jóvenes: con ganas de divertirse, inquietos, tal vez algo alborotadores, mas en modo alguno acosadores.

Alguna cosa estamos haciendo muy mal con nuestros hijos y no queremos darnos cuenta.

Se vive deprisa y de forma apresurada. Fácilmente otorgamos libertad a gente muy joven, apenas niños, sumergiéndolos en un mundo de violencia gratuita y propósitos desnortados.
Sin horarios, sin normas, sin frustraciones, sin NO; estos jóvenes carecen de un bagaje de valores. En nuestro devenir diario apenas hay tiempo para dedicarles, escuchar y hablar con ellos.
Es más fácil y cómodo dejar pasar los días sin apenas verlos, sin saber que hacen, que sienten o necesitan.
Cambiamos el valor del respeto, el cariño y la dedicación por valores materiales.

No hace tanto que nuestras manos cobijaban sus manitas. Guiábamos sus pasos y nuestros ojos vigilantes no dejaban de mirar sus caritas de asombro al descubrir el mundo.
¿Cuándo dejamos de hacerlo?, ¿en qué momento nuestro modo de vivir nos hizo soltarles de la mano, hacerles mayores sin serlo?.
La negación de la infancia, las prisas por volverles autónomos, por exigirles responsabilidades que no les corresponden nos devuelven seres mal preparados, insatisfechos y carentes de una ética basada en el respeto y el amor.

Sus juguetes, sus primeros días de escuela, sus abrazos, sus sueños, serán las balizas a las que se agarrarán sus padres en un vano intento de seguir adelante sin ahogarse en una vorágine de preguntas sin respuesta.

Luego, será una víctima más de nuestra desidia. Porque aquí todos somos culpables: sus compañeros, aquellos que lo acosaban, por su acción y el resto de nosotros por la omisión de nuestra responsabilidad, por girar la cabeza y no ver la realidad social.

En el santuario de Toshogu, en Japón, hay una escultura de madera de Hidari Jingoro (1.594 - 1.634) que representa a tres monos, Mizaru, Kikazaru y Iwazaru. Estos nombres significan "no ver, no oir, no decir". 
Están relacionados con el código filosófico y moral del "santai", la filosofía que promulgaba el uso de los tres sentidos en la observación cercana del mundo observable. Entre el pueblo el sentido era "rendirse" al sistema, un código de conducta que recomendaba no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción. ¿Hasta cuándo?.


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