¿DÓNDE SE COMPRA LA CONCIENCIA?

 

Creo que la escuela debería ser un lugar donde adquirir los conocimientos necesarios para abrir la mente a los niños, mostrándoles los diversos ámbitos en que pueden desarrollar sus habilidades innatas y descubrir la posible vocación que les permita en el futuro trabajar sintiéndose totalmente implicados en las tareas que realicen.

No obstante, la realidad es otra muy distinta. La escuela es un centro donde los niños y jóvenes pasan un mínimo de seis horas diarias en aulas masificadas y con programas de estudios impuestos por consejerías mal llamadas de educación, cuyo contenido se determina en función de parámetros de cariz político, económico y doctrinario.

Ante ello poco pueden hacer los maestros. Metodologías equivocadas, temarios en cuyo desarrollo no se les ha consultado, alumnos muchos de ellos desmotivados sin la menor implicación con la cultura del esfuerzo y con la adquisición de conocimiento por el mero placer de aprender.
No son todos bien es cierto, pero sí es verdad que cada vez es menor el porcentaje de discípulos con ganas de formarse y oportunidad de lograrlo en un entorno académico adecuado.

Muchos de estos jóvenes no adquieren en sus hogares la educación en valores necesaria para tener la fortaleza ética que les prepare para encarar la vida de forma sana, positiva y sabiendo distinguir aquello que realmente importa.
Es difícil conseguirlo cuando muchas veces sus progenitores han de dedicar el esfuerzo a sacar adelante a la familia con salarios escasos y trabajos frustrantes, cuando los hay.

¿A quién conviene esta forma de "educar"?.

Dejando aparte veleidades pseudoidentitarias e intentando contemplar el panorama de forma global me topo justamente con esta palabra, global, y por derivación globalización, término muy utilizado en estos tiempos para que creamos que aquí todos somos uno y, despreciando la defensa de la industria y la producción autóctona, convertirnos en una masa informe y sin criterio a la que se somete a unos patrones de consumo indiscriminado que abarca todas las parcelas posibles de necesidad y ocio, sin importar para nada que el individuo en cuestión viva en Francia, Madagascar o Nueva Zelanda.

Las grandes multinacionales que dominan la economía de producción y consumo están formadas por multitud de empresas de los más diversos sectores que han ido acabando con el comercio real y propio de cada lugar. En todas las ciudades del llamado "primer mundo" encontramos las mismas corporaciones de alimentación, textil, tecnología, ocio y cualquier actividad que se nos pueda ocurrir.

Para seguir engordando al monstruo se pone en marcha la maquinaría que ejerce la presión sobre todos nosotros con el objetivo de que el consumo exacerbado no  cese, creando falsas necesidades y apetencias. Todo ello mediante salvajes campañas de publicidad y marketing que no dejan tiempo para pensar en las consecuencias que nos afectan, generando desigualdades, pobreza y destrucción masiva de recursos naturales.

Se añade la ambición desmesurada ocasionada por la competencia feroz entre los monstruos que les lleva a buscar lugares donde la producción sea cada vez más barata, sin importar en que condiciones de trabajo se consigue la misma.

Los países más pobres son sometidos a las draconianas condiciones del capital para abastecer al voraz consumidor creado en las sociedades más desarrolladas económicamente que basa su existencia en tener y no en ser.
La sociedad capitalista y postindustrial en la que vivimos vomita de este modo nuevas generaciones supuestamente formadas para trabajar y ocupar así su eslabón en la cadena consumista.

Algunas veces el desafuero es tal que dicha sociedad enferma y sufre un colapso que desencadena una crisis de ansiedad basada en falsos valores.
Tendríamos que ver esta situación como una oportunidad para cambiar la ética en la que se sustenta nuestra forma de vida. Darnos cuenta de que el consumismo no es más que una vía de escape a la frustración de vivir una vida que no nos satisface, un disfraz que nos da la misma apariencia a todos en un vano intento de aceptación social.

La globalización debería ser el respeto y la interacción en igualdad, considerando la idiosincrasia de cada cultura  y comunicándonos en el lenguaje común de la ética.
Evitaríamos así el crecimiento de actitudes radicales de racismo y desprecio, que abocan a muchos jóvenes a abrazar credos y posiciones equivocadas.



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